El siglo XVIII como un espejo
Si bien la técnica del pastel conoció en el siglo XVIII un auge formidable hasta el punto de situarse en igualdad de condiciones con otras técnicas, nunca llegó a conquistar del todo su legitimidad frente a la pintura al oleo. Su fragilidad intrínseca y el hecho de ser utilizada como herramienta para el esbozo la situaron en tierra de nadie; un lugar limítrofe que, paradójicamente, se acaba convirtiendo en su gran valor.
Al repasar el arte del pastel en los siglos XIX y XX, nos encontramos con algo que parece una tendencia: las alusiones al siglo XVIII configuran un auténtico hilo conductor. Podemos verlo en una artista tan tardío como Jean Hélion, cuto autorretrato al pastel remite explícitamente a un célebre autorretrato de otro pastelista, precisamente del siglo XVIII: Jean Siméon Chardin.
Pero estos ecos son solo juegos on la tradición. Los pastelistas son conscientes de que recae sobre ellos las sospechas de practicar una pintura de segunda categoría; por ello invocan al siglo XVIII, para apropiarse de una parte de la legitimidad adquirida por sus predecesores.
Sin embargo, el homenaje al siglo anterior puede obedecer también a motivos mas específicamente estéticos. Los pasteles del siglo XVIII, todo levedad, encanto, elegancia, naturalidad, constituyen una invitación a liberarse de las convenciones y reglas impuestas en los programas académicos. Asó lo entiende, por ejemplo, Jules Chéret, que electriza sus composiciones con una energía que la crítica de la época definió como “fanfarria de colores” y “fulgores de fantasía”.
La Sociedad de Pastelistas Franceses: Un colectivo ecléctico
En 1885, Roger Ballu, Inspector de Bellas Artes de Francia, crea la Sociedad de Pastelistas franceses, encargada específicamente de “mostrar, desarrollar y alentar el arte del Pastel”.
En cierto modo, la propia creación de una estructura dedicada a la defensa del pastel indica que la legitimidad de la técnica aún está en entredicho. En este sentido, la primera exposición en 1885 de dicha Sociedad, en la que figuran numerosas obras de los maestros del siglo XVIII, es una señal evidente: los pastelistas, en pos de prestigio y credibilidad, buscan antecesores ilustres.
La Sociedad, atenta al talento de sus miembros, no impone estética alguna, de tal manera que sus exposiciones se caracterizan por el eclecticismo y la diversidad temática; las vistas de pueblos que hacen célebre a Jean-Charles Cazin se codean con los paisajes de Alexandre Nozal, mientras que las figuras serenas y clásicas de Pierre Puvis de Chavannes contrastan con las mucho más resplandecientes de Albert Besnard.
En sus treinta años de existencia, la Sociedad de Pastelistas Franceses logra colocar este medio bajo los focos. Sin embargo, el reconocimiento no deja de ser imperfecto porque, a falta de renovación, la Sociedad envejece y se aísla de los artistas realmente innovadores.
Y el hecho es que tampoco entra en el espíritu de los artistas modernos, que tan abierto son al uso desprejuiciado de diferentes medios, adherirse a una Sociedad que defiende una técnica por encima de otra y sigue poniendo en el pedestal el remoto siglo XVIII.
(Textos de la exposición; “Touching the color, The renewal of Pastel”, Casa Garriga Nogues, 2019.)